No lo conseguirán. Pueden reducir los alumbrados; desterrar -temporalmente- los belenes, los nacimientos; reiterar el mantra de «los solsticios de invierno» (sic, Colau dixit), ignorando que es solo uno, en singular; imitar al viejo Scrooge del dickensiano Cuento de Navidad; talar los árboles navideños de las plazas mayores; reivindicar el oscuro invierno, desterrar al extrarradio las cabalgatas de reyes; odiar el significado de un día de diciembre en el que nació un Niño que cambiaría la historia, nuestra historia, la que acogió una interpretación serena del pensamiento occidental.
Nuestro talante democrático de hombres libres que respetamos otras culturas sobrevenidas, que no prohibimos ramadanes, que toleramos como si tal cosa hanukkahs hebraicas y otras expresiones de la libertad religiosa que nada tienen que ver con nuestra tradición, estamos sufriendo una agresión silenciosa que amenaza directamente nuestras expresiones navideñas más arraigadas. Es como vetar la lluvia del norte, el frío de los inviernos o prohibir que nieve en Moscú.
Este diciembre se ocultan los nacimientos populares, con sus ríos de papel de plata, sus castillos de Herodes en lo más alto del belén y el musgo del invierno delimitando los caminos de la historia. Nuestra bella tradición relanzada desde Nápoles resulta vergonzosa para los equipos municipales coordinados desde el eje Colau/Carmena y sus adláteres menores. Desde la incultura, la intolerancia y la escasa ilustración de quienes se mueven por consignas primarias, tópicos elementales y manuales que no pasaron del Marta Harnecker o como mucho del Poulantzas y otros catones marxistas.
Las minorías mayoritarias que dirigen media docena de ayuntamientos importantes defienden una falsa concepción de la Navidad cargada de prejuicios de una impuesta transversalidad cultural teñida de un falso e irreflexivo progresismo de urgencia.
He visto las luminarias navideñas, las calles y avenidas de Berlín o de Múnich, de Ginebra o de Lucca proclamando en luces de mil colores que la Navidad es una fiesta, que ahora invocando una falsa austeridad quieren apagarnos en este viejo país. La cabalgata de los reyes verdaderos, de los magos de Oriente, va a ser guiada en Madrid, no por una estrella que conduce a Belén, sino por un centenar de ciclistas que abrirán el desfile con los pequeños faros encendidos para reivindicar carriles bicis, en lugar de la magia que mueve los corazones infantiles.
Quieren prohibir la Navidad tal como la conocemos, confunden la lectura política con la tradición ciudadana, gobiernan desde un odio primario que nada tiene que ver con la lectura religiosa de la historia que vertebró Occidente, que estableció un código de libertades que tiene a San José, o a Papá Noel, entre su iconografía más querida. No lo conseguirán, como Scrooge no pudo matar el espíritu navideño en plena revolución industrial, como no pudo Stalin cuando convirtió la Navidad en el Día del Niño, porque al fin y al cabo Colau o Carmena y sus mariachis no son otra cosa que un accidente de la historia, que corrige sus caminos de cuando en vez para volver a retomarlos donde da la vuelta el aire.
Fuente: Ramón Pernas. La Voz de Galicia